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domingo, 15 de noviembre de 2009

EL SACERDOTE COMO MEDIADOR Y SERVIDOR DE CRISTO A LA LUZ DEL MENSAJE NEOTESTAMENTARIO


A partir de aquí, puede afirmarse, que los nue¬vos argumentos sólo pueden surgir de nuevas experiencias vividas y sufridas, que deben servir para confirmar o para refutar las concep¬ciones teóricas. En los últimos años hemos podido coleccionar al¬gunas experiencias sobre cosas de las que ciertamente no se puede vivir, pero lo positivo, lo que posibilita y llena la vida, necesita más tiempo para crear formas convincentes de nueva raíz.

1. El concepto de mediador en el Nuevo Testamento

La palabra «mediador» aparece tan sólo en seis ocasiones en todo el Nuevo Testamento. Nuestra primera afirmación debe ser, pues, que el concepto de mediador es un tanto marginal en los escritos neo-testamentarios y que nunca llegó a ser un concepto central de su in¬terpretación de la realidad cristiana. Nunca fue, tampoco, un título específico de Cristo, ni entró en el lenguaje de las confesiones. Allí donde se recurre a él, se inserta en el ámbito de la reflexión teológica, que intenta hacer accesibles y comprensibles al entendimiento las afir¬maciones nucleares de la fe. Debe decirse, en consecuencia, que en el Nuevo Testamento es un concepto de segundo orden. No forma parte del depósito central de la tradición, sino que es ya interpreta¬ción, aunque ciertamente incorporada a la misma tradición bíblica.

Primero analicemos el texto de la carta a los Gálatas. En el con¬texto de un diálogo polémico con una comunidad que tiene tenden¬cias judaizantes, Pablo intenta explicar el aspecto supletorio y me-ramente provisional de la ley, en contraposición a la promesa hecha a Abraham, que se ha cumplido en Cristo y, por ende, ha abolido la ley. Para el apóstol, el valor secundario de la ley se echa de ver en que fue promulgada por ángeles, «con la intervención de un media¬dor. Ahora bien, cuando hay uno solo, no hay mediador, y Dios es uno solo» (Gál3, 19s).

El hecho de que la ley necesitara de un mediador es, pues, ex¬presión de su insuficiencia. En la nueva alianza actúa Dios solo: él cumple la promesa y, por tanto, no hay lugar para un mediador. Para Pablo, en este texto la mediación es incluso un quedar excluido de la meta, de Dios y de su poder redentor. Asoma aquí el recuerdo del Proceso de Kafka, en el que al acusado se le van recomendando una fila interminable de nuevos intermediarios, de modo que, en cada nuevo lance, experimenta, con creciente desesperación, cuan lejanos e inaccesibles están los auténticos mandatarios, aquel poder inaccesible que se halla al fondo, que nunca nadie puede alcanzar porque sólo puede contactarse a través de intermediarios. Frente a esto, Cristo es para Pablo el acontecimiento de la inmediatez de Dios, el contacto directo, ya restablecido, con Dios y, por ende, el final de aquella mediación aparentemente benéfica pero que en realidad siem¬pre alejaba de la meta. Cristo no es mediador, sino inmediatez, la presencia de la acción misma de Dios que, a través de él, hijo único de Abraham, cumple en nosotros la promesa para que seamos «uno» con él (Gal 3,28). Así, de un lado está el único Dios y del otro, el Cristo único, con el que nosotros somos también uno. Todo lo que se interpone queda eliminado.

La carta a los Efesios reasume estas ideas, pero entre los dones pneumáticos que le advienen a la Iglesia en virtud de la exaltación del Señor menciona sólo de forma expresa los servicios ministeriales: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros. Esta afirmación no se aleja, en sus términos esenciales, de la doctrina de las grandes cartas, pero ahora ya no se describe la multiplicidad del cuerpo de Cristo llevada a cabo por el Espíritu, sino más bien los dos.

David A. Pineda Escobar



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